domingo, 20 de octubre de 2013

Comentario a La noche de Hernán Cortés de Vicente Leñero.

Comentario a La noche de Hernán Cortés, de Vicente Leñero.
En esta obra de un solo acto se contemplan cuatro escenarios en los cuales transita Hernán Cortés retrocediendo en el tiempo a partir del año 1547 que es su etapa de vejez en Sevilla, a 1522 en Coyoacán cuando era el conquistador; a 1519 en Cempoala y con rumbo al imperio de Moctezuma dispuesto a conquistarlo y hasta 1514 cuando era sólo un joven ambicioso y aventurero en Cuba.
Puesto que los registros históricos son fragmentados e incompletos, el historiador hace uso de la «imaginación constructiva» señalada por Collingwood[1] para dotar de sentido al relato.  En ese tenor, Leñero, a través de esta pieza teatral presenta un Cortés que se desborda de los límites de la historiografía, enunciando a los hechos consignados por ella como simples «incidentes», irrelevantes en la realización de una empresa mayor que es «hacer la historia».  De esta forma este drama histórico corresponde de manera plena a «la naturaleza esencialmente provisional y contingente de las representaciones históricas» señalada por Hyden White.[2]
Mientras el historiador anda en búsqueda de lo real, el literato hurga en la búsqueda de lo posible con el personaje de Cortés confundido entre sus cavilaciones, anhelos y frustraciones al momento decisivo de dictar sus memorias, con las cuales pretende mostrar una versión de los hechos que enfatiza ángulos que tal vez no hayan sido debidamente enfocados.  Tal es el caso de los servicios que cree haber hecho a la Corona Española al entregarle a Carlos V más reinos que las ciudades que recibió de sus padres y a la Iglesia Católica proveyéndole de numerosos conversos a los que salvó destruyendo sus ídolos.
Con este drama histórico, Leñero abona a la tesis planteada por White en torno a lo inacabado de las representaciones históricas, tanto por la posibilidad de nuevas reinterpretaciones como por las omisiones y alteraciones que hay en los relatos «originales».  Esto último lo pone de manifiesto en su obra en los diálogos en los que Cortés acusa a su secretario y a sí mismo de no recordar, de perder la memoria, de distraerse, de confundir y desordenar todo.
El lector o espectador de este drama histórico no debe sorprenderse de encontrar en él la dispersión de realidades que el dramaturgo hizo a partir de las obras de diferentes autores como Bernal Díaz del Castillo, Fray Bernardino de Sahagún, Octavio Paz, Miguel León Portilla entre otros, y que como señalara Lévi Strauss en un ensayo sobre el carácter «mítico» de la historiografía no le restan validez al relato histórico cuando, como en el caso de este drama, hay una intención integradora y culturalmente responsable que no obedece exclusivamente a la cronología. [3]
En este drama histórico se destaca la figura de Malintzin o Doña Marina en su papel como intérprete de Cortés, que le valió el estigma de traidora.  Así como es bien sabido que las traducciones nunca son fieles, por las características propias de cada lengua y cultura, Malintzin en el ejercicio de tal oficio tampoco lo fue.  Involuntariamente estuvo en una posición propicia para supuestamente influir en las decisiones, y en esta representación dramática Leñero la exhibe como un objeto al servicio de los conquistadores y semilla de una nueva raza, pues es  acusada de promiscua por Cortés, quien presume que fueron las relaciones sexuales que ella sostuvo con los distintos españoles las lecciones que le permitieron aprender el idioma.
Si la Malinche es la Chingada en persona, todos los partidarios de la apertura del país a los extranjeros son malinchistas o hijos de la Malinche.  Esta aseveración basada en idea de Octavio Paz plasmada en El laberinto de la soledad cobra un especial sentido en el contexto político-económico en que fue escrita la obra de Leñero: 1992, año en que se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte bajo la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, que entregó durante su sexenio empresas estatales como Teléfonos de México al hombre de negocios de ascendencia libanesa Carlos Slim, y en total un 90% de las empresas estatales a manos privadas, en su mayoría de capitales de origen extranjero.







[1] White, Hayden.  El texto histórico como artefacto literario y otros escritos. Paidós, Barcelona, 2003.  1ª. 1978.  P. 112.
[2] Idem  P. 109
[3] Idem P. 123, 124.

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