miércoles, 30 de octubre de 2013

Comentario a la puesta en escena de Su Alteza Serenísima, de José Fuentes Mares.


Comentario de la obra Su Alteza Serenísima de José Fuentes Mares.
“¿Vender yo la mitad de México? ¡Por Dios! Cuándo aprenderán los mexicanos que si este barco se hundió no fue sólo por los errores del timonel sino por la desidia y la torpeza de los remeros.”
Antonio López de Santa Ana.[1]
Un elenco conformado por cinco actores presenta una parodia del poder ejercido por uno de los personajes más controversiales de la historia mexicana durante el siglo XIX.
            Una vez más la dramaturgia crea a partir de la historia una pieza en la que se destaca la acción a través del discurso crítico, que no por eso deja de ser divertido pues combina en sus diálogos la ironía, el servilismo, la condescendencia, el despotismo y en suma el ridículo, para traer a cuento el episodio de uno de los exilios del que fuera varias veces presidente de México, Antonio López de Santa Anna, en el que aún sueña que ostenta el poder. 
            Los personajes representan las distintas perspectivas que el pueblo mexicano tiene del dictador.  Su secretario e historiador de apellido Jiménez en la obra, personifica a quienes lo consideraron el defensor de la patria, idea promovida por el mismo Santa Anna, y que a través del conveniente dictado de sus memorias abona a una imagen magnificada de sí mismo para la historia. La esposa simboliza la tolerancia que una parte del pueblo le tuvo al creer que no había otra alternativa para la presidencia de la nación en uno de los momentos de más desorganización política.  La criada, desde luego incorpora la mirada de las clases bajas que lo veían con desdén, haciendo mofa a sus espaldas, pero también con resignación pues no estaba en su mano influir en el curso de la vida pública nacional.  El protagonista asume la actitud que tuviera el autoproclamado Alteza Serenísima, al considerarse la mejor opción para la presidencia de México y vislumbra un glorioso retorno a su puesto por la vía del respaldo que un extranjero viene a ofrecerle a nombre de Estados Unidos.  Éste último, es la figura de la ambición expansionista que el vecino del norte tuvo durante muchos años sobre el territorio mexicano.
            Para esta representación no se requirió más escenografía que un salón con mobiliario y decoración acordes a la época; el vestuario también fiel a su tiempo permitía ubicar perfectamente a los actores en relación a su personaje, la caracterización del secretario-historiador manco que implica que su escritura es parcial y del dictador cojo está bien lograda.
            Para finalizar el comentario no puedo resistirme a señalar que entre los muchos desatinos atribuidos a Santa Anna fue el haber establecido el cobro de impuestos por las ventanas que tenían las casas.  Curiosa coincidencia con el momento actual en el cual se impondrá la Reforma Hacendaria que incluye una cascada de impuestos, algunos considerados lesivos para la economía de los estados fronterizos, y que en una inaudita manifestación de descontento se ha divulgado a través de las redes sociales una pretensión de crear una nación norteña independiente, lo cual por supuesto se antoja descabellado en el escenario de la vida real, en el teatral nada lo es.         



[1] Serna, Enrique. El seductor de la patria.  México: Editorial Planeta Mexicana, 2003.  Contraportada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario