Este sábado fui al Café Telón de Arena a ver Las perlas de la virgen, del autor Jesús González Dávila y dirección de Enrique Mijares. No conocía el concepto así que fui de sorpresa en sorpresa. Primera, lo rudimentario de las instalaciones es una manifestación del anhelo de realización del grupo de personas que están implicadas en este reto, fue una nueva y grata sensación de un ambiente casi familiar en el café, lejos de la parafernalia de los «grandes» teatros.
La segunda sorpresa fue el escenario, situado al centro y en un plano más bajo que las butacas del espectador, cambia la forma de ver la representación; y aunque no existe literalmente la caída de la cuarta pared en esta puesta, hay una sensación de participación por la proximidad.
Por lo que toca al texto espectacular experimenté un cierto desconcierto al principio ya que personifica con cuatro actores a los dos personajes sobre los que gira el texto de Jesús González Dávila. Inicialmente me causó confusión, luego pensé que puede ser una interpretación de la obra: los espejismos propios del desierto, el alter ego surgido por el conflicto de la eterna búsqueda del éxito ilusorio.
La escenografía es desde luego austera, con los elementos mínimos necesarios para ubicar los acontecimientos, por lo que el trabajo de los actores es decisivo en ese aspecto, al igual que la música, la iluminación y la proyección de imágenes que abrió una quinta perspectiva: el cielo.
La conjunción de estos elementos no dejaron ninguna duda del lugar de la acción: a la orilla de la carretera esperando un autobús en pleno desierto, donde los personajes migrantes se encuentran en busca de “las perlas de la virgen”, la ilusión de un futuro promisorio en un entorno agresivo y corrupto en el cual ellos mismos están imbuidos; luego un antro, interior del autobús y finalmente el enfrentamiento en medio de la nada de los dos personajes.
La presencia femenina envuelta como siempre con un halo de objetivación, pareciera que sólo prostitución y muerte son el destino de las mujeres. En este ambiente de desolación no sólo geográfica sino social, los personajes encarnan una realidad marginal que ya no está solo en la literatura, el periodismo o el cine sino en el teatro.
Concluyendo, fue una experiencia eminentemente reflexiva más que de esparcimiento.
Me enteré de éste blog por una de mis compañeras.
ResponderEliminarMuchas gracias por asistir a la función, entre nosotros ha habido preocupación sobre si el público sería atraído a la reflexión o incluso si entendería algo de la obra. Leerla a usted es un respiro de aire fresco para mí. De hecho "una experiencia eminentemente reflexiva" es, en mi opinión, la meta para con el público.
Otra vez: muchas gracias Dámaris Chávez.
Ya ahora sí... finalmente fui a verla y realmente resulta una experiencia escénica diferente. No me había tocado ver la utilización del techo como fondo para una proyección. Sobre el contenido de la obra, me quedaron muchas dudas, pero creo que también eso es bastante saludable.
ResponderEliminarDámaris: qué inteligente comentario. Ayudas a comprender la intención del director. Me alegro que haya mujeres preocupadas por pensar el arte y comentarlo.
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