miércoles, 20 de noviembre de 2013

El que no tranza no avanza.

En la comedia Los buenos manejos de Jorge Ibargüengoitia se condensa el comportamiento social que prevalecía en el siglo XVIII en las pequeñas ciudades. Por supuesto que esos límites temporales y espaciales se rebasan y no es sorprendente la actualización de las prácticas convencionales antiguas.
            La idea de repertorio (Diana Taylor 2003) que concentra la evidencia inmaterial de la formación de la cultura occidental, está presente desde el momento en que se trata de una comedia musical, pues la acción va acompañada de canciones en la representación de la vida cotidiana en ese reducido escenario donde todos luchan por sobrevivir.
            Un alcalde perpetuo, un comerciante, un hombre decente, una mujer decente, un empleado, un bachiller, un religioso, un lego, tres prostitutas, dos alguaciles y los transeúntes encarnan  la sociedad.
            Los choques entre estos personajes evidencian cómo se ejerce el poder con los recursos que sus diferentes posiciones políticas, económicas y sociales les confieren. La represión de que son objeto las prostitutas hace que elijan una opción paradójica: hacerse pasar por mujeres “decentes” dentro de ese sistema que intentaba acabar con ellas.
            La idea de control ejercido por el alcalde es ilusoria, realmente ellas logran hacer lo que venían a hacer al pueblo no obstante los obstáculos que los convencionalismos les pusieron y se concluye finalmente que todo es negociable en la vida, casi hasta la misma vida o más bien dicho la muerte, que se le aparece a don Sepulcro, muy oportunamente para su muy decente mujer doña Álgebra que se casa con don Sebastián, el alcalde.  
            El concepto de Archivo y Repertorio manejado por Diana Taylor se localiza en esta obra puesto que las prácticas corruptas, extorsiones y componendas no quedan nunca consignadas en ningún tipo de documento formal, son convencionalismos que se van transmitiendo generacionalmente.
            En la obra desde luego resalta el propósito crítico del autor, que no es gratuito ya que la sociedad mexicana se ha quejado permanentemente de la corrupción, en la cual se encuentra implicada en forma consciente e inconsciente.
            Por otra parte el estilo lúdico del autor encuentra también réplica en la manera en que el mexicano se justifica y por momentos hace parecer graciosa e ingeniosa la “tranza”.
            Temática muy pertinente a la época en que se estrena, el año 1980, cuando bajo el gobierno de José López Portillo existió un personaje que se desempeñó como Jefe de la Dirección General de Policía y Tránsito de la Ciudad de México: Arturo “el negro” Durazo, sinónimo de corrupción y ejercicio desmedido del poder.

martes, 19 de noviembre de 2013

La virgen Siquitibum o lo que es lo mismo: la virgen de la porra.

En Cúcara y Mácara, Oscar Liera lanza un desafío al discurso totalizante de la iglesia católica.  El milagro que se fragua en esta obra pudo haber sido parte de “las estrategias que mantienen y atraviesan el discurso” (Foucault 1976:38) del poder que los españoles impusieron para aniquilar por completo los resquicios de “paganismo” que subsistieran en México, y que pasó a formar parte de la memoria colectiva del pueblo. 
            En la deconstrucción y posterior construcción que hace del mito se observa a un alto clero perverso y pervertido, alejado de Dios, misógino y autoritario. A un Estado cómplice de la religión; a las mujeres doctas pero sumisas a pesar de haber sido las mentes creadoras de la intriga, y a la sociedad fanática e ignorante.
            Mención aparte el bajo clero que se observa un poco más reflexivo en su intento de hacer volver a la iglesia al principio básico del monoteísmo, expulsando de las iglesias a las imágenes que pueden provocar los celos de un Dios al que no le gustan los intermediarios.
            La narrativa es graciosa por irreverente; “los siquitibumbianos ya no tenemos madre” es una frase que arranca la carcajada, al igual que los nombres de las mujeres a las que se les apareció la virgen: Cúcara, Mácara, títere fue… es decir, cualquiera pudo haber sido el depositario de tan magnífica señal divina; “su sapi” abreviación de su sapientísima refiriéndose al Cardenal es al mismo tiempo servil e insultante y sumamente divertida.
            Y el remate perfecto son las monjas que esperan como los dramaturgos ver puesta en escena su obra, el milagro que ellas crearon.
            Liera no esquivó el “impulso alegórico” posmodernista (Owens 1984, Hutcheon 1989:95), vinculado al Nuevo Historicismo e hizo una sátira de la forma en que se pudo haber forjado ese hecho fundamental en la identidad del pueblo mexicano.
            De esta manera se une a la corriente de autores latinoamericanos en general, y a la dramaturgia mexicana en particular, que ha pretendido a través de su obra desestabilizar mitos históricos que se basaron en referencias textuales hechas a medida por disposición de quienes estaban construyendo la nación. Una nación que según Juan Tovar “no existe más que en los discursos, siempre ha sido así, sicológico” (1191, cit. por Margules 1991:1043)
Para Jean-Françoise Lyotard el escritor posmodernista es como el filósofo, su trabajo no está sujeto a ninguna regulación ni juicio teórico vinculado al texto. Los teatreros empiezan a asumir esa postura también. Desde luego que es una postura arriesgada sobre todo cuando se socavan los cimientos de mitos tan arraigados. La reacción violenta de grupos guadalupanos narrada al inicio es uno de los efectos de estas propuestas posmodernistas que abrieron el arte a perspectivas más amplias.
El pueblo mexicano fue, es y será guadalupano por los siglos de los siglos, amén. Y en cualquier ocasión que se atente contra esa única ilusión de protección que tiene ante una perene situación de pobreza, reaccionará apasionadamente. Con más razón en la fecha en que se estrenó esta obra, el año 1981, cuando el país se encontraba sumido en una de las peores crisis económicas de los últimos tiempos, y a dos años de haber recibido la primera visita de Juan Pablo II que removió hasta las almas más escépticas con toda su parafernalia.




lunes, 18 de noviembre de 2013

Comentario a La dama boba de Elena Garro.

La dama boba no era tan boba y su padre no era tan ingenuo.
Lo primero a señalar por lo obvio en la obra de Elena Garro es la metateatralidad. La representación de La dama boba de Lope de Vega que se realizó en el pueblo de Coapa cobró vida en otro pueblo llamado Tepan, a donde fue conducido por la fuerza el actor Francisco que interpretaba su papel de maestro.  Avelino, el presidente municipal del pueblo, fue de tal manera convencido por la actuación de Francisco que lo lleva a su pueblo para que enseñe a sus habitantes y sobre todo a su hija que es una iletrada.
Esta graciosa e increíble confusión que presenta la dramaturga evidencia una serie de características que se le atribuyen al  indígena.  Desde la actitud esquiva y silenciosa de Avelino en Coapa, la ingenuidad o ignorancia que le hacen percibir un sentido de la realidad en la ficción teatral; la fatalidad con que los moradores del pueblo de Coapa dicen que Francisco pudo haber desaparecido como lo hiciera hace tiempo un maestro “indecente” que probablemente sufrió una desgracia, insinúan pero nunca dicen si fue asesinado o qué pasó; el rechazo al forastero.
El espacio cultural es narrado de acuerdo al discurso histórico oficial donde la gente de pueblo es ignorante, ingenua, toma la ley por propia mano, es rebelde ante el poder central, están sujetos a un cacique, los discursos políticos rayan en lo ridículo y el lenguaje de la población es prosaico.
Dice Juan Villegas en “El teatro histórico latinoamericano como discurso e instrumento de apropiación de la historia”[1] que “el discurso teatral requiere de la utilización de códigos teatrales legitimizados en el espacio cultural de sus espectadores potenciales…” A este respecto se puede señalar que para Avelino no funcionaron esos códigos estructurales, literarios, teatrales, visuales y estéticos, contenidos en la representación realizada por la compañía teatral ficcionalizada por Elena Garro. De igual manera que para Paul Veyne la historia es una novela verídica, Avelino convirtió al teatro en una situación verídica. Para él el poder del lenguaje teatral para crear, le permitió invertir y subvertir la realidad.
Tepan se convirtió en el escenario real para Francisco, a tal grado que encontró a su dama boba llamada Lupe, analfabeta pero que se advierte ingeniosa. Al igual que la Finea de Lope el amor le hace superar su ignorancia y demostrar su inteligencia gracias a las enseñanzas de su maestro. Con la diferencia de que en este drama el galán no se queda con ella, se va con la otra Finea, la de la vida “real”.
El texto se publicó por primera vez en 1963 y a lo largo de los años ha tenido varias representaciones. A raíz de una de ellas en el año 2009, Julieta Cerezo escribió para “El Sol de Puebla” y es publicado en la Web por “La Prensa” que la obra contiene una crítica a los intelectuales por su falta de compromiso en favor de los desfavorecidos y que Tepan es el símbolo de uno de los muchos pueblos olvidados de Dios.
               


[1] Romera, Castillo José y Francisco Gutiérrez Carbajo (Eds.) Teatro histórico (1975-1998) textos y representaciones.

En busca de la magia en La ronda de la hechizada.

En busca de la magia en La ronda de la hechizada de Hugo Argüelles.
Esta farsa mágica es un acercamiento antropológico al pasado virreinal, a través de una narrativa que concentra el archivo histórico del momento que está representando.       Ante las dificultades con que se enfrenta el clero en la Nueva España para avanzar con la evangelización, el rey Felipe II envía a la actriz Dominga del Parián, que es una excelente declamadora para que contribuya con su actuación a la consolidación de tan importante tarea.
            Sin embargo ella viene en busca de la magia, es un ser que independientemente de la posición espacial, cultural o social que le correspondió, la fantasía alimenta su alma, y al igual que los indios anhela una existencia metafísica.
            Se encuentra con Tecatzin, una especie de homólogo indígena que recita las tradiciones que le han sido transmitidas por sus ancestros, pero que para el clero novohispano son leyendas paganas. La comunión espiritual que experimentan hace que Dominga interceda ante los ministros de la iglesia católica asegurándoles que está arrepentido.  Sin embargo es condenado como hechicero a morir en la hoguera y entonces se observa un fenómeno impresionante donde el indio desaparece de entre las llamas.
            Ese evento conduce a Dominga a un éxtasis mayor y se incrementa su deseo de convivir con una cultura, de la cual ya se había documentado previamente antes de arribar a sus tierras, y empieza a salir a las calles disfrazada en busca de satisfacer su curiosidad y fantasía.
            El discurso de la ley y el antropológico están vinculados con la escritura de esta pieza teatral en la que una serie de acontecimientos y enredos, pone en evidencia al fanático y convenenciero clero, a la hipócrita alta sociedad novohispana, al poder monárquico ejercido desde España pero con muchas intermediaciones donde cabe todo tipo de intrigas, y para completar el panorama, a los naturales americanos aferrados a sus mitos y relatos inmemoriales a pesar de verse sometidos a una conversión violenta al catolicismo.
            El discurso hegemónico que oprime, controla y vigila (Foucault, 1975) está presente en la trama en la que Dominga se convierte en candidata a la hoguera también, por el pecado de herejía, recurso muy utilizado por la iglesia para deshacerse de quien le estorbara en sus intereses que no eran precisamente muy cristianos.
            Como buena farsa concluye con el castigo para el perverso fray Lupercio de Cáncer que es destituido de su puesto de Inquisidor y la salvación providencial de la actriz que continúa con su vocación espiritual y artística, entonando los cantos con un coro indígena y con la aprobación de Tecatzin, cuyo rostro se le aparece entre la multitud.
            El tema religioso es un campo fértil en la narrativa mexicana, pues ha estado presente desde la conquista en la forma del catolicismo, pero se remonta hasta la cosmovisión prehispánica. Argüelles presenta un panorama crítico más que reflexivo, propio del tiempo en que se estrena, en 1967. El Concilio II de la iglesia católica que se había clausurado en 1965 comprendía grandes reformas que pretendían, además de promover su fe y la renovación moral de sus fieles, poner al catolicismo en una posición más abierta a la sociedad de su tiempo y a otras creencias religiosas. Y es lo que pareciera proponer el autor en esta puesta: un sincretismo religioso y cultural.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Comentario a la puesta en escena de Su Alteza Serenísima, de José Fuentes Mares.


Comentario de la obra Su Alteza Serenísima de José Fuentes Mares.
“¿Vender yo la mitad de México? ¡Por Dios! Cuándo aprenderán los mexicanos que si este barco se hundió no fue sólo por los errores del timonel sino por la desidia y la torpeza de los remeros.”
Antonio López de Santa Ana.[1]
Un elenco conformado por cinco actores presenta una parodia del poder ejercido por uno de los personajes más controversiales de la historia mexicana durante el siglo XIX.
            Una vez más la dramaturgia crea a partir de la historia una pieza en la que se destaca la acción a través del discurso crítico, que no por eso deja de ser divertido pues combina en sus diálogos la ironía, el servilismo, la condescendencia, el despotismo y en suma el ridículo, para traer a cuento el episodio de uno de los exilios del que fuera varias veces presidente de México, Antonio López de Santa Anna, en el que aún sueña que ostenta el poder. 
            Los personajes representan las distintas perspectivas que el pueblo mexicano tiene del dictador.  Su secretario e historiador de apellido Jiménez en la obra, personifica a quienes lo consideraron el defensor de la patria, idea promovida por el mismo Santa Anna, y que a través del conveniente dictado de sus memorias abona a una imagen magnificada de sí mismo para la historia. La esposa simboliza la tolerancia que una parte del pueblo le tuvo al creer que no había otra alternativa para la presidencia de la nación en uno de los momentos de más desorganización política.  La criada, desde luego incorpora la mirada de las clases bajas que lo veían con desdén, haciendo mofa a sus espaldas, pero también con resignación pues no estaba en su mano influir en el curso de la vida pública nacional.  El protagonista asume la actitud que tuviera el autoproclamado Alteza Serenísima, al considerarse la mejor opción para la presidencia de México y vislumbra un glorioso retorno a su puesto por la vía del respaldo que un extranjero viene a ofrecerle a nombre de Estados Unidos.  Éste último, es la figura de la ambición expansionista que el vecino del norte tuvo durante muchos años sobre el territorio mexicano.
            Para esta representación no se requirió más escenografía que un salón con mobiliario y decoración acordes a la época; el vestuario también fiel a su tiempo permitía ubicar perfectamente a los actores en relación a su personaje, la caracterización del secretario-historiador manco que implica que su escritura es parcial y del dictador cojo está bien lograda.
            Para finalizar el comentario no puedo resistirme a señalar que entre los muchos desatinos atribuidos a Santa Anna fue el haber establecido el cobro de impuestos por las ventanas que tenían las casas.  Curiosa coincidencia con el momento actual en el cual se impondrá la Reforma Hacendaria que incluye una cascada de impuestos, algunos considerados lesivos para la economía de los estados fronterizos, y que en una inaudita manifestación de descontento se ha divulgado a través de las redes sociales una pretensión de crear una nación norteña independiente, lo cual por supuesto se antoja descabellado en el escenario de la vida real, en el teatral nada lo es.         



[1] Serna, Enrique. El seductor de la patria.  México: Editorial Planeta Mexicana, 2003.  Contraportada.

martes, 29 de octubre de 2013

Comentario a La ciudad de los carrizos de Antonio González Caballero.

Comentario de la obra La ciudad de los carrizos de Antonio González Caballero.
Dámaris Chávez Sinaloa.
Esta representación es un desafío a las ideas que Kurt Spang expone en El drama histórico Teoría y comentarios, respecto a la manifestación del tiempo en el drama histórico a través de códigos no verbales como la decoración y el vestuario, y de la selección de un espacio que evoque el escenario real mediante elementos ornamentales específicos.
Esto puede deberse en primer lugar a que no se trata de un drama histórico y en segundo, a que el texto fue escrito expresamente para que la escenografía y vestuario se distanciaran de las ideas tradicionales con que se concibe a las culturas prehispánicas, y lograr una transmisión de la filosofía de aquellos pueblos y la forma de vida de una de las figuras más relevantes de la mitología mesoamericana que encuentra su correspondencia en la imagen de Cristo.
En lo que se pretende que sea un ensayo esta obra representa a una sociedad cuya cosmovisión estaba conformada por la relación de los fenómenos naturales y la divinidad. De tal suerte que se atribuían la bonanza o la adversidad a designios de los dioses, los cuales eran interpretados por los hechiceros que entraban en contacto directo con ellos para materializar sus pedidos.
Los tiempos de adversidades climáticas que mermaban sus cosechas y propiciaban enfermedades, influían negativamente en su mentalidad eminentemente supersticiosa. Este ambiente de incertidumbre era campo fértil para las intrigas y ambiciones de algunos prominentes personajes que conformaban las estructuras de estos sistemas sociales primitivos, y que incitaban a la guerra y al derramamiento de sangre buscando congraciarse con su dios para que cesaran sus calamidades y hubiera prosperidad material.
A través de personajes como el gobernador, su hermana, sacerdotes, caballeros, hechiceros, doncellas, abuela, el Príncipe Uno Caña, y otros, se desarrolla una trama en la que se señala el incesto como origen de los males de aquella Ciudad de los Carrizos y en la cual finalmente el mártir será el príncipe que es señalado por el Supremo Mediador como obstáculo para los propósitos de guerrear con los pueblos vecinos y conseguir víctimas propiciatorias para los sacrificios. 
Hay una constante alusión a Cristo mediante el personaje del príncipe, que habita en la montaña y ahí predica a los jóvenes la idea de una convivencia armónica entre humanos y con la naturaleza como forma de vida para vencer los supuestos maleficios.  Hay tentaciones y acusaciones falsas que culminan en su aprehensión y es condenado al sacrificio al que se dirige confortado por la idea de que no muere en vano y que todos los que le escuchan son su sangre.
Pese a que podría catalogarse más como drama mitológico que histórico, se observa que en la obra conviven nociones de las tres fases de la evolución de la humanidad que Vico descubrió: la edad divina donde toda interpretación de la vida se hace a través de la religión, la edad heroica en la que priva la concepción aristocrática y la edad de los hombres en la que prevalece la reflexión filosófica.
Esta obra se estrenó en 1973, año en que Estados Unidos se retiró de Vietnam tras diez años de combates en los que no logró vencer al régimen comunista de Vietnam del Norte y que además creó una división entre la población de los Estados Unidos ya que había una parte de la población que promovía el pacifismo como lo hiciera el mitológico Príncipe Uno Caña.
Sin embargo, para desgracia de América Latina, Estados Unidos voltea a verla y patrocina el golpe de estado que Augusto Pinochet da al presidente de Chile, Salvador Allende, quien fuera el primer presidente marxista electo democráticamente.
De esta manera observamos cómo los intereses económicos continuaron  socavando los deseos de una convivencia pacífica y un progreso material más igualitario. 

domingo, 20 de octubre de 2013

Comentario a La Malinche de Víctor Hugo Rascón Banda.

Comentario a La Malinche, de Víctor Hugo Rascón Banda.  1998
En esta obra de teatro el autor propone una revalorización de la figura que ha simbolizado por mucho tiempo la traición: la Malinche.
En un escenario actual irrumpe este histórico personaje en la forma de una diputada perredista.  Se trata del Congreso de la Unión donde, en medio del muy difundido comportamiento irrespetuoso de los que conforman la Cámara de Diputados, que se asemeja más a un escenario de vodevil, con el debido respeto a este subgénero, que a un recinto oficial, hay un replanteamiento de las figuras históricas.  Empezando con la Malinche y hasta desconocer a Miguel Hidalgo como padre de la patria ya que sólo fue el caudillo de la insurrección de 1810, considerando que el padre realmente fue Hernán Cortés, quien llegó a estas tierras y trajo consigo una serie de valores supuestamente superiores desde la óptica occidental, como son la religión cristiana, la industria y la ciencia.
La Malinche es perfilada en forma sincrónica con los personajes históricos de su época, y anacrónicamente con un psicoanalista, con Licenciado y los indígenas chiapanecos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional correspondientes a la actualidad reciente.   En estas interactuaciones se plantea su versión de los hechos en los que intervino según la historiografía, y más allá de eso, los motivos y circunstancias personales que la ubicaron en una situación de la que difícilmente saldría bien parada.  Como mucha gente de su época no fue inmune al deslumbramiento y resignación con que reaccionaron ante la llegada de los españoles, desde el mismo  Emperador Moctezuma. 
Y así se manifiesta en las sesiones de psicoanálisis en las que reitera cómo su frágil condición femenina fue constantemente colocada en situaciones totalmente ajenas a su voluntad: esclava, intérprete, concubina, madre, olvidada.  En ese escenario se deslinda de culpas como la matanza de Cholula, manifiesta sus deseos de evitar el derramamiento de sangre, su natural temor ante el espectáculo atemorizante de la marcha de los conquistadores, su intuición de la tragedia que sobrevendría y sus intentos de evitarla. 
En los diálogos se muestra el conflicto que Malinche experimenta al irse desencantando de Cortés a quien creía un dios igual que toda su gente, y su inteligencia de adaptarse a los nuevos tiempos, a los cambios por la necesidad de sobrevivir.  Inteligencia que también es insinuada por su facilidad para aprender lenguas.  Pero también, en una escena anacrónica se exhibe a una Malinche prostituta que obliga a Cortés a tener relaciones sexuales con ella, ostentándosele finalmente como mujer de placer, madre y anciana abandonada.
Otro personaje examinado a través de esta obra es Moctezuma, víctima de sus supersticiones y augurios divinos que le impiden defender con bravura su vida y su pueblo de esos extranjeros a los que considera dioses, aunque por momentos vacila.  Cuauhtémoc aparece confrontando esa actitud sumisa del indígena, basada en una falsa interpretación de su cosmogonía que los mutilaba del coraje necesario para combatir al invasor cruel que no podía tener origen divino.
Finalmente Rascón Banda trae al presente a la Malinche  en su legendario papel de intérprete nuevamente en el conflicto del levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, suscitado a finales del siglo XX, en que los indígenas del estado de Chiapas reclaman la conservación de sus usos y costumbres en contra del desarrollo político y social que ha tenido México.
Rascón Banda, en concordancia con Herbert Linderberger[1]  que promulga al material histórico en el mismo rango que el mito y agrega que ambos pertenecen a lo que Horacio llamó «asuntos públicos» (publica materies), de tal suerte que es el espectador el que tiene la posibilidad de relacionar el espectáculo presenciado con el conocimiento previo que le indica los límites de lo real y lo que Antonio Buero Vallejo[2] llamó «el derecho a la imaginación escénica», creó un texto que abre nuevas formas de comprensión, que promueve el pensamiento crítico del espectador, así como interpretaciones históricas más exactas basadas en cuestiones esenciales y no en fidelidad anecdótica.
Respondiendo a los planteamientos de Buero Vallejo, La Malinche no es fiel cronológica, espacial o biográficamente, contradice la interpretación histórica tradicional pero conserva el derecho a nombrarse histórica por el ingenio con  que se mezclan las invenciones con la realidad, lo cual requiere un profundo conocimiento de la historia, sus causas sociales y psicológicas y una necesaria intuición de la «intrahistoria» que no se obtiene documentalmente.

Otro postulado de Buero Vallejo es la necesidad de actualidad que el teatro tiene, pues de nada sirve una historia que no guarde ninguna relación con el presente, y en la obra comentada, además de la inclusión literal de eventos y escenarios recientes, se observa claramente el ánimo «desmitificador» y «desalienador» que promueve una actitud crítica.  Es de destacar también la intención de no ser simplista y predecible en la trama, sino por el contrario es compleja y su lenguaje es rico, características que conducen a la búsqueda de lo multisignificativo.
El contexto histórico-social de la obra no es necesario enunciarlo ya que la misma obra lo contiene al iniciarse en un escenario de la actualidad e incluir episodios como el levantamiento del EZLN en 1994 que se prolongó más allá de 1998 hasta el principio del siglo XXI en que se fue desvaneciendo.
Lo único que podría añadir para concluir el comentario es que es posible que muchos continúen odiando a la Malinche por ser el símbolo de la violación y derrota del mexicano.






[1] Historical Drama.  The relation of literature and reality. 1975.
[2] Acerca del drama histórico. 1994.

Comentario a La noche de Hernán Cortés de Vicente Leñero.

Comentario a La noche de Hernán Cortés, de Vicente Leñero.
En esta obra de un solo acto se contemplan cuatro escenarios en los cuales transita Hernán Cortés retrocediendo en el tiempo a partir del año 1547 que es su etapa de vejez en Sevilla, a 1522 en Coyoacán cuando era el conquistador; a 1519 en Cempoala y con rumbo al imperio de Moctezuma dispuesto a conquistarlo y hasta 1514 cuando era sólo un joven ambicioso y aventurero en Cuba.
Puesto que los registros históricos son fragmentados e incompletos, el historiador hace uso de la «imaginación constructiva» señalada por Collingwood[1] para dotar de sentido al relato.  En ese tenor, Leñero, a través de esta pieza teatral presenta un Cortés que se desborda de los límites de la historiografía, enunciando a los hechos consignados por ella como simples «incidentes», irrelevantes en la realización de una empresa mayor que es «hacer la historia».  De esta forma este drama histórico corresponde de manera plena a «la naturaleza esencialmente provisional y contingente de las representaciones históricas» señalada por Hyden White.[2]
Mientras el historiador anda en búsqueda de lo real, el literato hurga en la búsqueda de lo posible con el personaje de Cortés confundido entre sus cavilaciones, anhelos y frustraciones al momento decisivo de dictar sus memorias, con las cuales pretende mostrar una versión de los hechos que enfatiza ángulos que tal vez no hayan sido debidamente enfocados.  Tal es el caso de los servicios que cree haber hecho a la Corona Española al entregarle a Carlos V más reinos que las ciudades que recibió de sus padres y a la Iglesia Católica proveyéndole de numerosos conversos a los que salvó destruyendo sus ídolos.
Con este drama histórico, Leñero abona a la tesis planteada por White en torno a lo inacabado de las representaciones históricas, tanto por la posibilidad de nuevas reinterpretaciones como por las omisiones y alteraciones que hay en los relatos «originales».  Esto último lo pone de manifiesto en su obra en los diálogos en los que Cortés acusa a su secretario y a sí mismo de no recordar, de perder la memoria, de distraerse, de confundir y desordenar todo.
El lector o espectador de este drama histórico no debe sorprenderse de encontrar en él la dispersión de realidades que el dramaturgo hizo a partir de las obras de diferentes autores como Bernal Díaz del Castillo, Fray Bernardino de Sahagún, Octavio Paz, Miguel León Portilla entre otros, y que como señalara Lévi Strauss en un ensayo sobre el carácter «mítico» de la historiografía no le restan validez al relato histórico cuando, como en el caso de este drama, hay una intención integradora y culturalmente responsable que no obedece exclusivamente a la cronología. [3]
En este drama histórico se destaca la figura de Malintzin o Doña Marina en su papel como intérprete de Cortés, que le valió el estigma de traidora.  Así como es bien sabido que las traducciones nunca son fieles, por las características propias de cada lengua y cultura, Malintzin en el ejercicio de tal oficio tampoco lo fue.  Involuntariamente estuvo en una posición propicia para supuestamente influir en las decisiones, y en esta representación dramática Leñero la exhibe como un objeto al servicio de los conquistadores y semilla de una nueva raza, pues es  acusada de promiscua por Cortés, quien presume que fueron las relaciones sexuales que ella sostuvo con los distintos españoles las lecciones que le permitieron aprender el idioma.
Si la Malinche es la Chingada en persona, todos los partidarios de la apertura del país a los extranjeros son malinchistas o hijos de la Malinche.  Esta aseveración basada en idea de Octavio Paz plasmada en El laberinto de la soledad cobra un especial sentido en el contexto político-económico en que fue escrita la obra de Leñero: 1992, año en que se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte bajo la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, que entregó durante su sexenio empresas estatales como Teléfonos de México al hombre de negocios de ascendencia libanesa Carlos Slim, y en total un 90% de las empresas estatales a manos privadas, en su mayoría de capitales de origen extranjero.







[1] White, Hayden.  El texto histórico como artefacto literario y otros escritos. Paidós, Barcelona, 2003.  1ª. 1978.  P. 112.
[2] Idem  P. 109
[3] Idem P. 123, 124.

lunes, 7 de octubre de 2013

Comentario a El jardín de las granadas.

El Jardín de las Granadas de  Guadalupe de la Mora.
Es una puesta en escena que pretende exponer la visión del mundo femenino desde su propia perspectiva, mediante un diálogo en el que cuatro mujeres adultas muestran sus sentimientos en torno a la complejidad de un ser construido socialmente para el servicio del hombre y los conflictos que enfrentan desde su naturaleza, al margen de ese condicionamiento, revelándose como lo que son, seres humanos con pasiones inconfesables, virtudes inalterables, defectos insustanciales.
Los personajes desempeñan los distintos roles en los que tradicionalmente se ha instalado la mujer: niña, novia, esposa, solterona o monja.  La niña que aparece a mitad de la representación puede simbolizar la perpetuación del modelo que se hereda y se endosa a las siguientes generaciones. 
La estructura dramática es un tanto desafiante ya que no hay una secuencia visible de acontecimientos, los diálogos van enunciando las acciones.  En lo que toca a escenario, éste se limita a dos elementos significativos dentro de la trama,  el primero que es el principal de la temática,  es un espejo grande en el que caben las cuatro mujeres y en el que les devuelve un reflejo no siempre agradable, y el segundo es una tina de baño antigua, romántica, en la que se sumerge una de las protagonistas, y que puede significar el deseo de lavar la culpa que desde la madre Eva viene cargando la mujer.
Los diálogos incluyen tono alegre, irónico, nostálgico, resignado, de reproche, de inocencia y de perversión.  Es en suma como las granadas a veces dulce y a veces amargo.
            Desde luego es un tema que podría resultar aburrido pues no hay violencia gráfica, no hay palabras altisonantes ni vestuario sexualmente provocativo, puesto que es una mirada al mundo interno femenino, el cual todavía algunos hombres no quieren conocer y muchas mujeres intentan soslayar. 

domingo, 6 de octubre de 2013

Comentario Águila o Sol.

Comentario de Águila o sol de Sabina Berman.
Dice José Luis García Barrientos[1] que el drama no se constriñe a la letra pues tiene un destino espectacular, por lo cual su estructura está formada por el diálogo y la acción (acotación). 
            La lectura de Águila o sol de Sabina Berman no es un acto simple como tal.  Se representa mentalmente desde el inicio, cuando un mariachi canta un corrido cuya letra contiene el fundamento de la conquista de México: los augurios, premoniciones y señales que abonaron a la empresa extranjera.
            Partiendo de que el teatro tiene dos caras: la literaria y la espectacular, y éstas “…no se pueden separar…” (Ortega y Gasset 1958), vale para la obra de Sabina Berman el símil que Alfonso Reyes propusiera entre la lectura de un texto dramático y la de una partitura musical, es la ejecución lo que provoca la experiencia sensible.
            El texto dramático es estructurado con el objeto de ser representado, y en el caso particular de Águila o Sol la intención de la autora era que fueran diez los actores, sin embargo terminaron haciéndolo sólo siete.  Los cuales se antojarían pocos para personificar a Moctezuma, Cortés, Malinche, Patlahuatzin, Ixtlixuchitl, Yocotzin y un numeroso grupo de voces correspondientes a mariachis, coro, narrador, llorona, campesino desorejado, magos, hombre de dos cabezas, hombre tigre, guerrero cautivo, soldados españoles, guardia, celador, mujeres, hombres, viejos, borracho, cómicos, espectadores, abuelo, mexicanos, vocero, noble y cura; pero ello se logró a decir de la nota introductoria del texto, gracias a la “puesta ágil e ingeniosa”.
            La acción se muestra en forma inmediata ante el espectador a través de los diálogos y canciones de esta multiplicidad de personajes que parodian el relato de la conquista de México.  En la construcción del diálogo dramático la autora introdujo un discurso en el que combina el tono trágico, cómico e irónico.  Desde luego incluye también las manifestaciones más arraigadas de la tradición mexicana como son la leyenda de la llorona, los corridos y los augurios.
            A partir de una de las tesis planteadas por García Barrientos, no podemos decir que hay una variedad de estilos de lenguaje en la obra, sino de contrastes, que tienen el objetivo dramático de caracterizar los personajes de acuerdo a su forma de hablar.  De esta suerte tenemos que en el episodio Los días funestos hay un registro marcadamente poético al llorar el fin de la gran Tenochtitlan; retórico, en la voz de Moctezuma que enuncia la transitoriedad de la vida en Se acaba el mundo entre prodigios; coloquial y vulgar, además de cómico es el lenguaje utilizado en Teatro Callejero, que es un relato cargado de alusiones sexuales de la rendición ante los conquistadores; artificialmente “natural” es el lenguaje en Tezcatlipoca, nombre del dios que con la apariencia de un borracho advierte a tres magos sobre la inutilidad de ofrecer regalos a los blancos,  pues el ciclo de predominio azteca concluirá como lo hacen las estaciones del año, para dar paso a otra.  Y en Bautismos, la fina ironía se asoma en la evangelización de los indios que inocentemente no comprenden del todo los nuevos dogmas cristianos pero que se ven forzados a aceptarlos para salvar su alma en el más allá, y por lo pronto su cuerpo en el más acá, terminando en franco chacoteo el episodio con la clásica “porra” deportiva:  “…¡A la bio, a la bao, a la bim bom bam!” que no puede menos que arrancarnos una carcajada.
            Los diálogos cumplen en esta obra con la función dramática en el episodio La masacre de Cholula, donde se escenifica la matanza a manos de los conquistadores encabezados por Cortés y la superioridad de sus armas y dios.  La función caracterizadora se observa en Los ojos de Cortés en los ojos de Moctezuma, pues ahí se evidencia la codicia del primero y la ingenuidad del segundo.  La función diegética no se ejerce únicamente en forma indirecta a través de algunos personajes, hay un personaje narrador que va dando cuenta directamente de algunas de las acciones.  La función poética se observa en el personaje del abuelo de Patlahuatzin que se dirige al público para decir que está enviando a su nieto con un mensaje de paz a los cholultecas para que acepten resignadamente a los conquistadores y no peleen con ellos, y le devuelven a su nieto sólo para morir a sus pies.
            En conclusión podemos decir que se trata de un drama de ambiente histórico pues en él se observa la situación política, social y cultural en la que se sitúa esta propuesta, abierta desde otra perspectiva con el objeto de desmitificar la historiografía oficial.
            La obra fue escrita en 1984, año en que México se encontraba sumido en una crisis económica persistente debida a las políticas económicas poco efectivas que propiciaron grandes importaciones y escasas exportaciones, endeudamiento público y una creciente desigualdad por la concentración excesiva del ingreso y la riqueza nacional en unas cuantas manos, mientras una gran mayoría, principalmente campesinos e indígenas que vivían en sus comunidades lejos de las ciudades, sufrían de escasez de lo más elemental para subsistir.  Es decir, más de cuatro siglos después de la conquista de México la situación continuaba siendo la misma: los extranjeros eran dueños y señores de los destinos de los mexicanos, y algunos mexicanos seguían entregando el país a manos extranjeras.  Peor aún, actualmente la situación no ha variado mucho.



[1] Cómo se comenta una obra de teatro: ensayo de método. Madrid: Síntesis, 2001.

domingo, 29 de septiembre de 2013

Comentario a Corona de fuego. Rodolfo Usigli.

Corona de fuego.  Rodolfo Usigli.
“…nada de gracia poética por sobre la gracia trágica.  Ésa fue la intención generadora.”  (Usigli, 1960)
Esta obra dramática basada en la estructura de la tragedia griega da cuenta de uno de los episodios que consolidaron la conquista de México.  Su autor ha clasificado de antemano la pieza como anti-histórica, y no puede ser de otra forma desde el momento en que él es dramaturgo, no historiador.  No obstante, ello no impide que sus personajes y los acontecimientos sean históricos y conciernan en términos generales a la historiografía.  Pero ese  rasgo anti-histórico le permite introducir en forma ingeniosa la gestación de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, de Bernal Díaz del Castillo.
Georg Lukács en La novela histórica acude a la estética de Hegel para marcar la característica esencial de la creación de la gran épica y el drama, que consiste en el vínculo entre la acción particular y la acción viva correspondiente al entorno histórico social.  Y es uno de los cometidos perfectamente cumplidos en el drama de Usigli.  Las acciones de Doña Marina como intérprete y madre de la nueva raza americana muestran la conexión entre su circunstancia personal de esclava regalada que le motiva a tomar las acciones ampliamente difundidas por la historia y condensadas en los diálogos de Corona de fuego y que tienen un impacto determinante en la conquista.  Por su parte Cuauhtémoc, el último emperador azteca, también es plasmado por el autor focalizando su situación de cautivo derrotado, debatiéndose entre dudas en torno al cumplimiento de los augurios de la desaparición del Imperio Azteca y el advenimiento de estos extranjeros a los que paulatinamente van dejando de ver como dioses.  Situación que es aprovechada por Cortés el conquistador, que atribuye su empresa a su obediencia a su Dios y a su monarca.
Otra cuestión hegeliana, subrayada por Lukács y atendida por Usigli es el manejo de un pequeño grupo de personas y de acontecimientos para despertar la experiencia de totalidad.  Una gran parte de la conquista española se encuentra resumida en los cantos de ambos coros, y es completada por los diálogos de los personajes en escena.  Además de los principales ya referidos, Pax Bolón representa en esta obra no tanto la traición sino la ingenuidad de algunos de los caciques de los reinos americanos que percibían en los españoles la posibilidad de una alianza conveniente, no exenta de concesiones sobre todo materiales, pero que era hasta cierto punto la suplantación del sojuzgamiento azteca por el español simplemente.  Lo más difícil fue la sustitución religiosa, pero su cosmogonía politeísta tal vez abonó a esta tarea. 
Corona de fuego, es parte de una trilogía de Usigli, que se ocupa de momentos en los que la concentración histórico-social de las contradicciones de la vida da paso a colisiones intensas y transformaciones de las sociedades, como lo señalaron Marx y Engels.  Sin embargo ellos advirtieron que se trata de fenómenos complejos cuya forma concreta de la colisión no es inmediata.  Se van conjugando diferentes antecedentes y circunstancias e incluso eventos imprevistos, que conducen a que los individuos históricos, en el sentido hegeliano, actúen en tal forma que desencadenen o consoliden acontecimientos.  La cuenta a pagar por esas decisiones, aunque a veces es de impacto general como la matanza de Cholula o la caída de Tenochtitlán y en total por todos los grupos indígenas de la América conquistada, se concentra para efectos dramáticos en el héroe trágico, porque dice Usigli fiel a Aristóteles: “la tragedia es individual” (1961).  En el caso de la obra que nos ocupa es a todas luces Cuauhtémoc el héroe trágico.  En él se resumen la resignación y la indignación, pero su camino rumbo a la caída trágica lo hace en forma enérgica, envuelto en un supremo heroísmo que lo eleva por encima del valor humano.
Obra escrita en 1960 y editada por primera vez en 1963, año en que fue asesinado el presidente estadounidense John F. Kennedy, mientras que en España se censuraba al cine, prohibiéndole que tratara de entender o justificar el mal y la inmoralidad; que faltara el respeto a la religión o que se atacara a la Iglesia y al Estado.  Se continuaba actuando como hace siglos en “defensa” de la religión católica y del nuevo “monarca”, reprimiendo la libertad de expresión, que por lo menos ya era un avance pues el precio ya no era la sangre como lo fue en la Conquista en el siglo XVI y en algunos períodos del régimen franquista.  En México era el año de la puesta en escena de La guerra de las gordas, de Salvador Novo, que tocó el tema prehispánico.

jueves, 12 de septiembre de 2013

Comentario a La Malinche. Celestino Gorostiza.


La Malinche es un drama de tres actos escrito por Celestino Gorostiza, estrenado en 1958.

El texto dramático como su título indica de entrada es en torno a la conquista de México y la intervención de la mal afamada Malinche como elemento importante en esa empresa.  Independientemente otras cuestiones, el autor centra la trascendencia de este personaje en la habilidad de esta mujer en el manejo de las lenguas, pues conocía algo de maya y castellano además de su lengua natal el náhuatl.   Pero sus servicios no se concretan a la traducción, sino que ella expone el panorama político que prevalece en el Valle de México, las enemistades que se ha ganado el emperador Moctezuma entre sus pueblos vecinos, la grandeza de la ciudad y de su ejército, en fin detalles que el astuto Cortés necesita para emprender la conquista.  Este interés de Cortés por interpretar los signos indígenas y utilizar esa información en su beneficio es uno de los puntos analizados en el extraordinario estudio de Todorov[1], y se hace visible en la obra de Gorostiza a través de sus diálogos con Malinche.

Los buenos oficios de Malinche van todavía más allá de la traducción e información, ella manipula la ventaja de su labor interpretativa en favor de Cortés, y ante una posible condena de sus semejantes, en alguno de sus diálogos expone su situación de esclava sin voluntad a merced de su propia sangre o la extranjera, y también asume una actitud de fatalismo propia de su idiosincrasia respecto a la conquista, pues si no son los españoles será otro ejército el que lleve a su fin al Imperio Azteca, porque así está predicho.

Finalmente, gracias en parte a su colaboración, a la astucia de Cortés y a otros hechos coyunturales o providenciales, se consuma la traición de Malinche a su raza, el conquistador llega a la Ciudad de México, después de que muere Moctezuma y  Cuitláhuac, Cuauhtémoc es el nuevo emperador pero es preso de Cortés.  

Para entender cómo es que un puñado de hombres pudo conquistar uno de los señoríos más grandes de Mesoamérica,  es de suma utilidad recordar lo que dice el artículo de Adam Versényi[2] en el que destaca la vida cotidiana de los aztecas como un drama metafísico fundado en un vínculo muy estrecho entre el espacio y el tiempo y que el elemento teatral estaba presente en sus vidas en forma natural.  Y de ello dan fe sus rituales guerreros, que eran como los definió Víctor Turner un conjunto de comportamientos establecidos para determinados momentos y que hacían alusión a los poderes invisibles, que son la causa primera y última de todo.  Sin embargo creía que no eran un simple montón de reglas sino un proceso sin límites fijos que permeaban toda su existencia. 

En su artículo Versényi describe cómo es que esa teatralidad innata de los aztecas fue aprovechada y asimilada a los ritos cristianos durante la empresa de conquista con la característica astucia de Hernán Cortés.  A su favor tuvo la coincidencia de que tanto para los grupos amerindios como para los españoles la religión era un arma de Estado cuyos rituales alimentan la obediencia simultánea a una y a otra. 

Otro aspecto aprovechado por Cortés fue la cosmogonía azteca, en la cual no cabía un elemento extraño, sino que todo formaba parte de los ciclos que los dioses les tenían anunciados.  De tal suerte que Cortés se amoldó al retorno de Quetzalcóatl que vaticinaba el fin del Imperio Azteca.  Todorov dice que Cortés tenía una habilidad para adaptarse e improvisar y así fue, pero lo principal es que los aztecas no contemplaron la posibilidad de entender ellos los códigos lingüísticos ajenos, cosa que sí hizo Cortés, se inmiscuyó en su cultura y con ella los venció.  

Enmarcando el comportamiento de Cortés en los conceptos vertidos por Juan Villegas[3], podemos decir que ejerció a través de la teatralidad, un discurso cultural formado con códigos de legitimidad de los pueblos indígenas, adecuándolos a su intencionalidad y adecuándose él al imaginario social de sus espectadores.

El año de su representación tomó posesión como presidente de la república el Lic. Adolfo López Mateos.  No es un tiempo de rupturas graves en el contexto socio-político, lo cual no quiere decir que no hubiera una necesidad de refrendar la función político-educativa de los discursos teatrales dirigidos a consolidar la identidad nacional[4].








[1] The Conquest of America.
[2] El teatro en América Latina. 
[3] HISTORIA MULTICULTURAL DEL TEATRO, y las teatralidades en América Latina.
[4] Idem.